No cabe duda de que la mejor forma de avanzar en la carrera de escritor es instaurar en tu vida el hábito de la escritura. ¿Pero qué pasa cuando te atascas con una novela y no hay forma de sacarla adelante?
No estoy hablando de la procrastinación ni de los ataques de pereza ni de los «Ufff, mañana ya, si eso…», sino de esas veces en las que llegas a un punto en la historia del que no sabes cómo salir, no tanto porque no tengas claro cómo continuar la novela, sino porque te asaltan los miedos y delante de ti se alza una barrera emocional infranqueable de la que te he hablado alguna vez en alguno de mis últimos balances mensuales.
Minimaratón de escritura
Las barreras psicológicas
Llegan sin avisar y hablan tan bajito que casi no se hacen notar, pero su mensaje es contundente y se instala en tu cerebro como un archivo .exe malicioso que está permanentemente activo y que lo que te viene a decir, más o menos, es algo como:
Si sigues avanzando, en algún momento te vas a dar una bofetada, porque la historia no te va a gustar / se va a atascar / no va a cuadrar / va a ser un asco… (elíjase la opción que mejor cuadre a cada cual). ¿Así que por qué no te quedas aquí, en esta escena, calentito y cómodo, en lugar de seguir por ese camino lleno de amenazas?
Y tú le haces caso y te quedas ahí. Calentito y cómodo, pero con la novela parada.
Algo así es lo que lleva meses pasándome con Crimen imprevisto, la tercera entrega de Las cosas y casos de la señora Starling. Septiembre fue la demostración fehaciente de que esa barrera psicológica se estaba interponiendo ya de una manera paralizante y, hasta cierto punto, ofensiva para mi autoestima. Y lo peor es que octubre había empezado igual.
Maratones de escritura
Tenía que hacer algo, ¿pero qué? La solución la encontré en un artículo del blog de Gabriella Campbell que había leído hacía algún tiempo Tres métodos para hacer un maratón de escritura. Se me ocurrió que, si intentaba realizar uno de estos maratones, igual podía salir del atasco mental en el que me encontraba.
Sin embargo, tenía bastantes dudas al respecto. Los ejemplos que muestra Gabriella en su artículo son brutales y yo estaba segura de que se encontraban fuera de mi alcance. ¿Pero y si probaba a hacer una serie de minimaratones seguidos? ¿Algo más asumible, que me evitara la presión de llegar a esas diez mil palabras en un día, pero que me ayudara a darle un buen empujón a la novela?
Lo intenté y he aquí mi experiencia.
Minimaratón I
Lo primero que me dije a mí misma antes de empezar era que alcanzar las diez mil palabras resultaba un reto muy difícil para mí en estos momentos y que si llegaba a las ocho mil lo consideraría un gran éxito. Aun así (había que ser franca cien por cien), también ese número se me quedaba bastante grande, de modo que me prometí que no me sentiría defraudada si no lo alcanzaba. Con llegar a las seis mil ya me daría con un canto en los dientes y, además, bailaría al son de Rocky.
Miniconfesión:
Suelo pasearme de esa guisa por la casa cada vez que termino una escena, echándome un bailecito mientras tarareo la canción. Pero en el caso de los maratones pensaba hacerme un show completo.
Pero vamos a lo que vamos, que me desvío de la cuestión:
No anduve muy lista al elegir el día para mi primer minimaratón: el 12 de octubre. Con eso del desfile del día de la Hispanidad, confieso que me entretuve un rato por la mañana viendo la tele, o sea justo lo que no se debe hacer.
Aun así, mi primer minimaratón fue un éxito completo porque llegué a las 6.169 palabras (sí, continúo poniendo los puntos para marcar los millares. La Real Academia dirá lo que le dé la gana al respecto, pero visualmente facilita tantísimo la lectura que no me apeo del burro en esto). Y, sí, me eché el bailecito por la casa.
De repente, y en un solo día, había escrito lo mismo que conseguí escribir en septiembre. Un gran éxito así que ¿por qué no repetir la experiencia?
Minimaratón II
Para romper la dichosa barrera psicológica, a veces es sólo cuestión de demostrarte a ti mismo ¡una sola vez! que eres capaz de hacerlo.
Yo lo había conseguido, ahora era sólo cuestión de repetir n veces la experiencia para sacar adelante la dichosa novela.
Sin embargo, mantener un ritmo de seis mil palabras al día es un reto más que desafiante. Intuía que no era demasiado factible y que fallar podría llevarme de vuelta a la barrera emocional, que estaría allí, aguardando con su discurso preparado:
¿Lo ves? Has fracasado. Si ya te dije que lo mejor era quedarse ahí calentito y a gustito, sin sufrir.
Pero yo ya no estaba dispuesta a escucharla. Lo había conseguido una vez, así que podía seguir avanzando a buen ritmo si me lo proponía y para ello iba a utilizar los mini-minimaratones.
Gracias a Toggl, sabía que en mi primer minimaratón trabajé 3 horas, 51 minutos 27 segundos y decidí que en los siguientes mini-minimaratones iba a plantearme el asunto por tiempo, en lugar de hacerlo por número de palabras. Me dije que en ningún caso bajaría de una hora, que intentaría alcanzar la hora y media, y que el objetivo real que me marcaba era trabajar durante dos horas.
¿Y cómo me fue?
Te pongo aquí un esquema de lo que fueron mis mini-minimaratones (algunos no tan mini) durante los siguientes días:
- Minimaratón 2: 2.331 palabras. Tiempo: 1:17:48
- Minimaratón 3: 2.647 palabras. Tiempo: 1:53:09
- Minimaratón 4: 2.549 palabras. Tiempo: 2:41:06
- Minimaratón 5: 2.116 palabras. Tiempo: 1:32:46
- Minimaratón 6: 2.259 palabras. Tiempo: 1:53:21
- Minimaratón 7: 3.116 palabras. Tiempo: 4:13:14
Aunque en el artículo de Gabriella creo recordar que se dice que, cuando afrontes un maratón de escritura, debes centrarte en escribir, escribir y escribir. Nada de editar, nada de volver atrás a corregir una errata, nada de parar para buscar un dato…, yo no lo he hecho así siempre.
De entre todos ellos, ha habido minimaratón dedicado exclusivamente a la escritura y minimaratón dividido en dos partes: una para escribir y otra para revisar escenas anteriores e ir avanzando en los dos frentes. De ahí que de la correspondencia tiempo-número de palabras no se pueda sacar una conclusión exhaustiva. Pero es mi modo de hacerlo y a mí me ha ido bien. Cada cual tiene que adaptarse a sus formas e intereses.
Conclusión
La experiencia ha sido positiva.
Al final, entre lo que había escrito antes, lo que escribí en los minimaratones y lo que escribí en medio, octubre da un resultado final de 28:195 palabras. Casi lo mismo que tenía escrito de la novela durante agosto (que fue un buen mes) y septiembre (un mes para olvidar).
En noviembre he seguido y, a día de hoy, te puedo contar que me falta sólo una escena (la coda) para terminar la novela.
Pero lo más importante de esta experiencia no es que haya dado el empujón final y definitivo a la novela (que lo es, oye, lo es), sino que he sido capaz de vencer las barreras mentales, psicológicas y emocionales que me tenían paralizada.
Si algún día te sientes así, prueba a ver si un minimaratón te saca del hoyo 🙂
Hola Ana, me han parecido muy interesantes estos minimaratones que propones. Con tu primer minimaratón, trabajaste 3 horas, 51 minutos y 27 segundos. Me surge la duda de si te tomaste algunos descansos durante ese período de tiempo o si por lo contrario fue tiempo de pura concentración.
¡Si escribes 6.000 palabras es normal que te pegues esos bailes!
En cualquier caso, me alegra saber que te funcionó tan bien.
Ahora estoy marcándome objetivos para escribir cierto número de palabras al mes y se me antoja que una solución para cumplir más cómodo el objetivo es organizar uno de estos minimaratones al mes. 🙂
Muy buen artículo. He visto que has recomendado también uno de Gabriella Campbell, así que lo leeré a continuación.
¡Un saludo!
Hola Alberto.
Sí, me tomé descansos a lo largo de esas 3 horas y pico. La mente no sé si lo habría resistido, pero mi espalda seguro que no 🙂 Tras los buenos resultados que obtuve, yo también tengo en mente organizar de vez en cuando algún minimaratón mensual, porque te ayuda mucho a darle un empujón a la novela y evita que caigas en el aburrimiento o la desesperación. Si los pones en práctica, ya me contarás qué tal te ha ido 🙂
Un saludo y gracias por leer y comentar.
Muy interesante al respecto esta reflexión de Espada sobre Trapiello:
Querido J:
Hace unos días compré el Troppo Vero de Andrés Trapiello, la nueva entrega de sus diarios. Ha llegado a los 16. Empezó en 1990, con 37 años. He hecho algunos números. Los diarios deben de suponer tres millones 400.000 palabras. Distribuidas en 19 años, da una media de 175.000 palabras. Lo que supone unas 500 palabras al día. Trapiello, aparte, escribe novelas, poemas, prólogos, artículos. Y no sólo eso: lleva un diario. Porque, señores: ¡estas 8.512 páginas publicadas sólo son un resumen! Podríamos calcular que Trapiello escribe unas mil palabras al día, que es lo que tendrá esta carta que te escriba. Son muchas palabras. Es posible que este número de palabras esté al alcance de algún periodista prolífico. Pero el periodista tiene un suplemento ventajoso: inmediatamente ve sus palabras en acción. Y recibe el consuelo, casi inmediato en nuestros tiempos digitales, de un insulto en la frente. Por contra, Trapiello escribe sin esa luz de esputo. Sin recompensa inmediata. Un palabra y otra. Nadie lo leerá hasta dentro de muchos días. Lo veo sólo en un pabellón vacío tirando una y otra vez a la canasta. Y lo peor, cuando encesta.
Tengo varios de esos volúmenes. Editados con anchura y primor por Pre-Textos. Uno al lado del otro causan una impresión considerable. Los leo a trozos, confundiendo años, personas. Obviamente, hay cosas que me interesan más que otras. Soy un gran partidario de sus protocolos: los prólogos, el día primero y el último del año, su relación con M., la narración de sus bolos literarios, cuyo aire desolado, fastidioso e inútil ha influido gravemente sobre algunos de mis viajes a provincias. Y he disfrutado con sus maledicencias, especialmente cuando son catalanas: Gimferrer, Gil de Biedma, Rico; e incluso las más cariñosas, como la que prende sobre ese profesional polemista que, cual ‘Chacal’, viaja siempre con su rifle telescópico. Me irritan sus iniciales y el empleo del uno y trino («Se pone uno a leer»), que son herederos (¡o ancestros!) de esa Novela en marcha con que el diarista subtitula pudorosamente su obra.
La importancia que para mí posee la empresa de Trapiello tiene, sin embargo, poco que ver con los asuntos convencionalmente literarios. Hay otras cosas. Incluso hay fuerza, poder puramente físico, gimnasio. A la altura del caudal balzaquiano la escritura es energía. Hay que tener en cuenta eso, aunque no sea lo más importante. Sus diarios tienen un algo trascendental, y trataré de explicártelo. Devuelven al lector, al hombre, una imagen precisa de la gran representación humana del lenguaje. Trapiello levanta palabra a palabra la vida de un hombre instruido, a caballo de dos siglos, en una provincia de la parte rica de la tierra. Hay una infinidad de zoquetes que siguen negándole a la representación lingüística la capacidad de representar verazmente un hecho. La zoquetería, por supuesto, nunca señala dónde está el hecho en sí, porque eso sería descubrir la existencia del alma. Y prefieren seguir ambiguos. Estos diarios, sin épica, nos acercan al extraordinario valor de la mímesis, al asombro de su filiación orgánica. Es importante que no contengan épica. Uno puede admitir que el hombre haya inventado la palabra fuego, tal sería el resplandor. Pero lo realmente inverosímil es que haya inventado la palabra gris. Trapiello da cuenta de la vida que vive. A veces le pone algún empaque morcillón, ciertamente; pero la fascinación de la pura filología pervive. Hace años, y dado mi natural polemista, discutíamos acerca de Paul Léautaud. No recuerdo por qué le desagradaba el francés ni hasta qué punto, o qué reproches concretos le hacía. Para mí es uno de los escritores más grandes de cualquier época. Lo mejor de Trapiello lo emparenta con él y proviene de la evidencia de que, leyéndole, uno advierte de un modo casi sensitivo la tremenda singularidad de que la especie humana sea capaz, a diferencia de la ameba, de contar su experiencia. Uno (¡uno!) advierte lo que nos hace humanos; que no es tanto el lenguaje como la mímesis.
Este punto y aparte que te pongo debería ser doble. Ya sabes que escribo con todas las ventanas abiertas. Empezaba y llegó una carta: «Disculpe que le importune, amigo Arcadi…» La carta la escribe el pintor Pancho Ortuño, un antiguo amigo y vecino del escritor. Dice que acaba de enviarle a él mismo una copia. No conozco en persona a este hombre. Sé que vive cerca de la casa extremeña de Trapiello. Parece que durante un tiempo, y sin que yo supiese quién era, escribió en mis diarios digitales algunas parodias de Trapiello. Ahora reproduce un fragmento de Troppo Vero, donde el autor habla de la mujer del corresponsal, también pintora, de su actividad frenética limpiando el jardín. Dice de los dos, en un tono aparentemente cómplice y afectivo: «Ese jardín en el que trabajan ahora con tanta ilusión lo están haciendo con la idea de poder pintarlo un día en sus cuadros, y uno desea de todo corazón que lo acaben pronto, porque hasta que no lo acaben quizá no vuelvan a pintar. (…) Si antes les loábamos los cuadros, ahora les loamos las petunias». El párrafo es largo y aquí no puedo reproducirlo. Tampoco la muy airada apostilla de Ortuño que incluye esto: «La construcción del jardín de San Antonio no corresponde en el tiempo con 2002 [el año en que sucede Troppo Vero]. Entre 1994 y 1996 mi mujer perdió a sus padres y dos de sus hermanos fueron diagnosticados de cáncer. Mi mujer dejó de pintar y le ocurrió lo que a todos nosotros en un momento u otro de la vida: el pincel se le cayó de las manos. Teníamos San Antonio y un proyecto de jardín. Yo le había terminado la parte de arquitectura antes de las tragedias. Por suerte para todos nosotros, se agarró a su jardín con todas las fuerzas que le quedaban». El pintor sigue, cada vez más terrible. Y casi concluye, trastornadamente: «En San Antonio no hay petunias.»
La carta entró como una daga inverosímil, y ya sabes que yo no miento. Es una prueba más del riesgo que el escritor contrae cuando decide contar la vida. Las justas entre los pintores y Trapiello deben de ser interesantes, porque habitan en el no man’s land que dejan entre sí, cuando se empujan, la literatura y la vida. Pero no son ahora mi tema ni tengo más espacio ni tiempo. Trapiello da sus diarios a la publicación siete años después de los hechos que narran. Ignoro hasta qué punto los corrige y cuánto material original descarta. Pero está la evidencia de que hace siete años Pancho Ortuño era su buen vecino y hoy el pintor le llama miserable. Fantaseo con el escritor reclinado hace unos meses sobre el manuscrito original de este fragmento, con la pluma alzada, decidiendo. Da una gran melancolía verlo.
Sigue con salud.
A.
Hola Rut, gracias por pasarme el artículo. Me ha parecido muy interesante y comprendo muy bien esa emoción de la que habla cuando dice que el fruto de tu esfuerzo no es instantáneo, sino que tendrán que pasar meses antes de que se alcance el resultado final. Es duro y no siempre fácil de sobrellevar.
Muchas gracias por tu aportación al blog 🙂
Un saludo
Gracias Ana, me gusta lo de los mini maratones, lo pondré en práctica.
Gracias a ti por leerme, Nanda, y por comentar. Espero que te resulten tan útiles como a mí. Ya me contarás.
Un abrazo.